A JM Soto Jiménez, el envidiado, que con su luz y sus machetes padece estos temores.
Pobres, lo que se dice pobres, siempre hemos sido pobres.
Pobres, pero casi felices en las tertulias barriales, mulatas de buen ver que van y vienen, atardecer frente al mar, "frías" vestidas de nieve, caricias que esta nacionalidad nos regala siempre, y siempre digo, con perdón, Jocheta, (no te burles del lirismo triste de un escribidor vencido.)
Pobres, lo que se dice pobres, siempre lo hemos sido. Sólo que, antes, lo éramos con el argentino orgullo de amar primero lo nuestro como condición primera para poder amar a los otros, los demás. Y éramos felices en el barrio, la esquina, y teníamos nuestros propios héroes, Jack Veneno o Juan Marichal, Olga Lara, Diloné, o Manolito Prince.
Estábamos jodidos -política y económicamente-, pero éramos socialmente felices con "Villa, Villa", "oye qué rico Mami", y teníamos a un Anthony Ríos que nos regalaba novias por canciones, como la del lamento que siempre cito, ay, "si usted supiera, señora." (Pero la señora nunca supo ni dejó que este pobre escribidor le contara, Froilán Antonio.)
El siglo XX y unos gringos nos regalaron la satrapía de RLT, y su Era nos trajo la heredad de Doce Años de sangre, pero, el azar de la historia (cosas de la María Magdalena) también nos mandó la estirpe de las Mirabal, el coraje cojonudo de Manolo, la vertical coherencia de Bosch, y nos trajo a Caamaño y sus jardines colgantes de Babilonia en aquella reunión para la historia: "ya se enterará usted, embajador de mierda, lo que es una patria digna luchando por su libertad." Dio un puñetazo en la mesa, echó tres coños y se fue a visitar la gloria… hasta hoy. Invadidos y masacrados en aquel abril de héroes, ahí comenzó el declive de aquello que entonces llamábamos patria. La globalización, las migraciones, y la TV y el cine como instrumentos de colonización pacífica, fueron convenciendo a los nacidos en esta tierra, de que no vale la pena y es casi una vergüenza SER DOMINICANO.
Debe ser triste no sentirse dominicano (un pasaporte es un pedazo de papel) y saber que no se podrá jamás ser otra cosa. ¡No sentirse ni pertenecer! Despreciar a los amigos, los vecinos, renegar del bar de la esquina, de las "frías", y ser incapaz de decirle, como, según mis fuentes, anoche le dijo Adolfo S. a la joven mulata que alebrestó "El Bomba" de aquel lado: "ay, Dios mío, y yo que pensaba que los ángeles estaban en el cielo".
Ahora que vamos a votar, con el balón electoral de un solo lado y apuntando a primera vuelta, después de sesudas reflexiones he llegado a la firme convicción de que el país no es un gobierno ni un presidente lo que necesita elegir el viernes, sino aprovechar el acto plebiscitario para parir de sus entrañas un nuevo ser amante de la DOMINICANIDAD a cualquier precio. Y si quiere, que entre el mar, al fin, de alguna manera ya está entrando.
Pablomckinney blogspot.com.
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