jueves, 19 de junio de 2008

Leonel y la Revolución Social

Con dedicación y entrega, buen instinto y sacrificios, Leonel Fernández ha alcanzado un liderazgo nacional que, como todo liderazgo, genera grandes pasiones a dos bandos.
Ya hay por ahí, quienes ven en LF a un ser superior e inmaculado, a un bajado de los altares de la ciencia política mundial, predestinado a dirigir los destinos nacionales hasta que se canse. Pero, al mismo tiempo, para otros, LF es la suma de todas las perversiones y traiciones, permisividades y ambiciones política posibles.
Ambas posiciones, por extremistas y desaforadas, son evidencias del liderazgo de este político a tiempo completo, a quien el azar, las buenas formas, la paciencia, Juan Bosch y los libros le dieron una oportunidad en 1994, y Danilo M. y Temo Montás no permitieron que la dejara escapar.
Fue así, como a los 41 años, sin más experiencia que llevar los asuntos internacionales de un partido de 12 mil miembros, LF asumió la jefatura del Estado y dirigió uno de los dos gobiernos mejor evaluados por la ciudadanía en todas las encuestas.
De regreso a la oposición en 2000, LF no hizo más que estudiar, relacionarse y formarse para crecer políticamente. Ya en los setenta había devorado y hecho suyas las páginas de El Político, de Azorín.
Al frente del país por tercera ocasión a partir de agosto, imposibilitado constitucionalmente para volver a ser candidato, -la eliminación del "nunca más" está por verse- LF debe saber (y sabe) que sus decisiones, su gobierno de los próximos cuatro años serán su carta de presentación ante la historia nacional y la opinión pública internacional, algo fundamental para el futuro de un político en estado puro, que antes de los sesenta habrá sido Presidente en tres ocasiones.
Por todo lo antes dicho, ojalá y apueste LF a la inmortalidad política que supondría utilizar su investidura e innegable liderazgo nacional para llevar a cabo la revolución social que resume la constitución boschista de 1963, y de paso relanzar ética y "gerencialmente" su gobierno, imponiendo -a quien corresponda y haga falta- sus buenas formas y su humildad, su dedicación al trabajo y su talante democrático.

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